Eres escritora, aún no lo sabes, y deberías tenerlo en cuenta.
Empezaste a serlo cuando no levantabas dos palmos del suelo y todavía te costaba pronunciar "shiocolate" (¿quién inventó la "ch" y por qué era tan difícil de decir?), pero ya imaginabas un mundo de dragones y princesas del que tú eras habitante y soberana.
También lo fuiste cuando le robaste a tu hermano su alfombra con una ciudad dibujada y le pusiste nombre a cada barrio, y cuando diseñaste el guión de una historia digna de la mejor de las telenovelas.
Solo eras una niña a la que le gustaba escribir. Le pedías a tu padre que trajera folios del despacho y los grapabas sin ton ni son para hacerte tus propios librillos. Qué fastidio cuando te quedabas sin páginas a la mitad de la historia. Nunca te molestó que sobraran unas cuantas, era la oportunidad para dibujar a tus personajes en ellas.
¿Recuerdas cuando, con once años, escribiste tu primera novela? La carta de Hogwarts no te había llegado, así que era el momento de imaginar que tu propio colegio escondía pasadizos a un mundo mágico y que tú y tus amigas érais las protagonistas. ¿Cómo se llamaba tu mascota mágica? Era un fénix, eso seguro, y tú te llamabas Kathy y tenías dos mechas azules delante de la frente (benditos 90's).
¿Seguías sin ser una escritora entonces?
Y entonces, en tu último curso de colegio, escribiste aquel relato sobre el pueblo de Derrochaguas para competir en un concurso provincial. Eran tantos, tantísimos, los dibujos del día del agua que habías mandado desde el parvulario... ¿Cómo ibas a ganar tú? Pero ganaste. Subiste a un estrado en una ceremonia ante cientos de personas. Dijeron tu nombre. No eras escritora, pero tampoco se te daba mal.
Llegaste al instituto y te hablaron de un concurso de relatos de navidad, cómo no, el último día. Escribiste a toda prisa en una libreta y tu padre se trajo del despacho una máquina de escribir portátil solo para poder mecanografiarlo a tiempo. Lo mandaste con toda tu ilusión y no ganaste. Qué golpe, ¿no? Aunque ahora lo recuerdas con cariño.
Los años pasaron y ganaste premios en el instituto, escribiste una segunda novela (Danna, Emmy, siento no haberos podido dar la historia que os merecíais), diseñaste montones de personajes, escribiste una tercera novela, entraste en la universidad, publicaste esa novela, escribiste más relatos, otra novela, más personajes, más ideas, más escritos, más de todo.
Y, aún así, en tu presentación de este blog no dices que eres escritora.
Pero lo eres.
Has conocido a personas maravillosas en las redes sociales, personas que no temen decir que escriben pero tienen pánico a definirse como escritoras. Y las has animado a todas. ¿Acaso no escriben? Pues claro que son escritoras entonces.
Qué malas pasadas te juega el subconsciente: las demás lo son y tú no. Pero eso sería mentira. Claro que lo eres. Has luchado para llegar hasta aquí. Has cambiado tus horarios solo para que te de tiempo a teclear porque hay otro trabajo, otra parte de tu vida, que ocupa muchísimo espacio pero que jamás te puede alejar de tu sueño. Y aunque dejaras de escribir para siempre seguirías siendo escritora porque es tan parte de ti como el corazón que bombea tu sangre. Porque no puedes dejar de ser quien eres. Porque te lo mereces.
Ya toca actualizar esa maldita bio. Tú sabes que eres escritora, es hora de que lo sepa el resto del mundo.
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