martes, 25 de abril de 2017

Relato: "¿Cómo van a entenderlo?"


Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que subí un relato a este blog (¡casi un año!), pero este momento es tan adecuado como cualquier otro.

La historia de este relato parte de algo tan sencillo como un boceto, nada más que una idea y algunas líneas sobre el papel. Una cabeza gigantesca, con grandes colmillos, amenazadora y escamosa. Una joven sin miedo, tranquila a pesar del peligro.

El boceto me gustó tanto que necesitaba elaborarlo más y darle color, así que me armé de acuarelas y pincel y me puse al lío. Algo que me ocurre con relativa frecuencia cuando dibujo es que no paro de pensar en lo que hay detrás de la imagen que estoy plasmando. ¿Por qué están ahí los personajes? ¿Quiénes son? Como podéis imaginar, llega un momento en el que el relato brota solo mientras dibujo.

Así pues, relato y dibujo fueron realizados en 2010 y no ha sido hasta el día de hoy en que una conversación casual lo ha traído de vuelta a mi memoria. Tras una breve corrección (el alivio de descubrir que no está tan mal como pensaba no tiene precio), os ofrezco este vistazo a mi lado más moñas y sentimental.

Cómo no, ¡espero que os guste!

¿Cómo van a entenderlo?





Ellos no pueden entenderlo. ¿Qué van a saber? En sus castillos no hay sitio para el amor. Los muros no dejan que pase. Las ballestas lo alejarán el día en que se acerque. Allí solo conocen el odio, y por eso enviaron a la joven ante las garras del dragón.

Es el mundo en el que viven, tan desalmado como los demás. Los reyes deben apaciguar a los dragones, pues ni los muros más altos pueden proteger de los ataques que llegan desde el aire. El tributo escogido son los jóvenes del pueblo llano, cruel destino para quienes no tuvieron la suerte de nacer en el lado correcto del reino.

Nadie esperaba que la historia fuera distinta aquella vez.

La joven no temía a los dragones, los había amado toda su vida. No había advertencia que la hiciera esconderse cuando uno de esos seres sobrevolaba su pueblo. Ella solo quería levantar la vista hasta que le doliera el cuello e imaginarse acompañándolos en el vuelo. Cuando el rey pidió al pueblo que entregaran el pago para el dragón dorado, la joven no dudó en ofrecerse. Toda su familia lloró amargamente porque no lo entendían. Nunca le dejaron explicar que, si tenía que morir, su decisión era hacerlo viendo de cerca a un dragón.

La noche antes de la ofrenda durmió con una sonrisa en los labios, y al amanecer no titubeó un solo instante mientras la vestían como a una princesa y la acompañaban al cerro donde la esperaría el monstruo. Cuando la dejaron sola, pensaron que lloraba de miedo. ¿Cómo lo iban a entender? Los ojos verdes del dragón eran lo más hermoso que jamás había visto. Una espiral del color de la hierba mezclado con las hojas de las fresas y el azul del cielo. Sus escamas relucían bajo la luz del sol del mismo modo que lo hacían las coronas de los reyes, pero sin opulencia ni vanidad. Todo en aquel ser era bello y puro.

Sabía que iba a morir, pero no le importó. Avanzó disfrutando de cada paso, sin prisa. Quería que ese momento fuera eterno. El dragón, receloso, comenzó a gruñir entre dientes. Su capacidad para percibir las emociones de los humanos era casi ilimitada, y aún así no podía entender qué era lo que la joven notaba en el pecho. Cuando había humanos cerca, siempre mostraban angustia, pánico, osadía o valor. No era el caso de esa humana. Aquel sentimiento era tan maravilloso que lo había desconcertado.

La joven se acercó hasta que pudo tocarlo. Apoyó las manos y la mejilla sobre la escamosa cabeza del dragón. Él no se habría atrevido a abrir las fauces en ese momento. Su tacto le hacía sentir feliz y en paz consigo mismo. No quería alejarse de aquella joven. Jamás.

El dragón se agachó hasta reposar el vientre sobre la tierra y dejó que la muchacha se subiera a su lomo. Extendió las alas, tan grandes como el cerro, y echó a volar. Iría lejos, a cualquier lugar donde nadie volviera a molestarles. Debía existir algún lugar donde nadie intentaría matarlos por ser lo que eran. Una isla donde no los juzgaran por el amor mutuo que sentían.

Los demás no podían entenderlo, pero a ellos nunca les importó.